LO CÓMODO DE LO INCÓMODO
Es en las situaciones
de la vida diaria que el Señor nos enseña sus caminos y nos revela más y más de
su voluntad para nuestras vidas.
En estos días he
estado observando el proceso de Tita con su pata enyesada, ella cada día se
acostumbra a su yeso y camina como si no tuviera nada. Esto lo utilizó el Señor para mostrarme que
así es nuestra naturaleza, tenemos la capacidad de acostumbrarnos a las cosas,
incluyendo a las que desagradan al Señor. Cosas que deberían incomodarnos, pero
con el paso del tiempo ya no nos incomodan tanto. Nos acomodamos a lo incómodo,
hacemos de cuenta que todo anda bien y eso comienza a ser parte de nuestra
vida.
Esto me recordó lo
que sucedió con David y Betsabé, y fue dejado allí para nuestra enseñanza. Dios
nunca escondió los pecados, los defectos, las actitudes, los comportamientos,
las desobediencias, las equivocaciones de sus siervos. Todo esto quedó allí
escrito para nuestro aprendizaje y para nuestra disciplina.
“Y pasado el luto,
envió David y la recogió en su casa; y fue ella su mujer, y le dio a luz un
hijo. Mas esto que David había hecho,
fue desagradable a los ojos del SEÑOR”. 2 Samuel 11: 27
David pecó y se
olvidó del asunto, se hizo el desentendido, hizo de cuenta que nada había
pasado y le echó tierra a su pecado, como lo hacen los gatos con sus heces. Él
se acostumbró a lo incómodo, le puso a su conciencia una mordaza. Hasta que fue
confrontado y con un corazón contrito y humillado reconoció su iniquidad.
Salmo 51: 3:
“Porque yo reconozco
mis trasgresiones, y mi pecado está siempre delante de mí”.
Hay cosas en nosotros
que al Señor le desagrada, muchos han naufragado en su fe por callar a su
conciencia, por ser sordos a la voz del Espíritu en su interior.
1 Timoteo 1: 19:
“Guardando la fe y una buena conciencia, que algunos han
rechazado y naufragaron en lo que toca a la fe”.
Hechos 24: 16:
“Por eso, yo también
me esfuerzo por conservar siempre una
conciencia irreprensible delante de Dios y delante de los hombres”.
Dios se opone a
nuestra carne y por eso nos hace transitar de circunstancia en circunstancia,
unas más dolorosas que otras, para quitarnos ese regusto. Así como se hace con
el vino, que se transporta de barrica en barrica para que no tome el gusto de
las heces que se depositan en el fondo; estas heces del vino o levadura muerta
por su tendencia a reducirse, toman un olor a sulfhídrico, que se parece al
huevo podrido o a las aguas estancadas.
“Quieto estuvo Moab
desde su juventud, y sobre sus heces ha estado él reposado, y no fue vaciado de
vaso en vaso, ni nunca fue en cautiverio; por tanto, quedó su sabor en él, y su
olor no se ha cambiado”, Jeremías 48:11.
Tanto se acostumbró
Moab al olor de sus heces que no le importó, así como aquellas personas habitantes
de la calle, que no sienten su olor, pues ya sus olfatos se acostumbraron.
Es cuando nos
comenzamos a acostumbrar a lo incómodo de nuestra naturaleza y mientras estemos
felices sentados en nuestras heces, como Moab, no sentiremos repulsión de
nosotros mismos. Por eso es tan importante que Dios abra nuestros olfatos
espirituales para que olamos lo que desagrada a su corazón y dejemos al Señor
hacer su obra en nosotros.
Como escribió Michael Clark:
“Dios hace esto con nosotros si nos contentamos con asentarnos sobre nuestras heces. Si nos negamos a ser vertidos de vasija en vasija, Dios romperá nuestras viejas vasijas para que podamos encaminarnos nuevamente con Él. Al igual que las tribus de Rubén y Gad, la carne que hay en nosotros quiere establecerse, acampar y ser feliz con lo que todavía está en el lado este del Jordán, el mundo y todo lo que tiene para ofrecer. Pero debemos cruzar el Jordán en plena etapa de inundación con la ayuda de Dios para poseer todo lo que el Padre tiene para nosotros. Él abrirá un camino para que eso suceda si solo obedecemos. Algunos de nosotros somos como Lot y queremos desviarnos hacia esa pequeña ciudad al salir de Sodoma mientras el fuego cae sobre nuestro antiguo estilo de vida. Escapamos del juicio, pero nunca vamos a ese terreno más alto que Abraham eligió mientras buscaba esa ciudad que tiene sus cimientos en el cielo, cuyo Constructor y Hacedor es Dios”.[1]
“Examíname,
oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay
en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno”. Salmo 139: 23 – 24
Este era el
clamor del salmista y debe ser también el clamor de nuestro corazón cada día.
Señor te
pido que nos salves de nosotros mismos en la cotidianidad de nuestra vida, que
podamos romper a través de tu vida y de la obra de tu cruz en nosotros, todo vínculo
con nuestra carne y con el mundo que nos asedia, revela lo que hay en nosotros
que es desagradable a tus ojos. Muéstranos si estamos cómodos en lo incómodo e incomódanos
Señor y permite que cada circunstancia que tus pones en nuestra vida, nos quite
ese regusto cada vez más. Amén.
Hasta la
próxima.
AL.
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