LAVANDO LOS PIES DE LOS DEMÁS


“Así que se levantó de la mesa, se quitó el manto, se ató una toalla a la cintura y echó agua en un recipiente. Luego comenzó a lavarles los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía en la cintura” Juan 13: 4 NTV


Cristo convivió por tres años con estos doce hombres que le dieron muchos problemas; fue malinterpretado, fue decepcionado en muchas ocasiones por ellos, conoció sus historias, eran hombres pobres y difíciles, pero los amó. Con toda su grandeza descendió a su nivel. Un Dios tan grande como el nuestro se ocupa de las cosas pequeñas tanto como de las grandes, Él no se molesta con nuestros asuntos pequeños, a Él no lo importunamos, porque Su amor es grande e ilimitado. El Señor vino y amó en extremo a estos hombres.

Antes de la fiesta de la Pascua, todos llegaron a la posada, no era una posada lujosa, porque en ella no había sirvientes; a la entrada estaba la vasija, el agua y la toalla, como era la costumbre en esa época. Todos entraron y se fueron acomodando, y ninguno vio que allí estaba el tazón, el agua y la toalla, se hicieron los de la vista gorda. Ninguno de ellos se tomó el trabajo de tomar el tazón y lavar los pies de los otros, ninguno iba a ser el sirviente de los demás, ninguno se iba a ensuciar las manos lavando los pies sucios de sus compañeros, ni siquiera Pedro que era como el líder y siempre quería ser el primero en opinar.

Me imagino que Jesús los miró detenidamente, suspiró y entró con ellos, pero Cristo tomó la toalla, se la ciñó, vertió el agua y se fue directamente al líder de la manada ─a nuestro Pedro─, quien era muy importante a sus propios ojos, demasiado para ser el sirviente de sus compañeros de peregrinaje.

Cristo siendo Señor y Maestro fue el sirviente de todos ellos y lavó sus pies. Jesús no les dijo: “oigan muchachos, yo los amo mucho”, no, Él se postró y lavó sus sucios pies, les limpió el polvo, enseñándoles que tenían que vivir limpios de este mundo.

El amor de Jesús nos mantiene libres del mal de este mundo corrupto, el amor de Cristo nos purifica y nos ayuda a vivir en un nivel superior de vida en medio de las tinieblas de esta tierra. Su amor nos instruye y nos enseña lo que Dios ama y lo que no ama, lo que le agrada a sus ojos y lo que no, lo que está bien y lo que está mal para Él.

Sus discípulos amaban el mundo, querían lugares de importancia; sin embargo, Jesús tomó ese amor que tenían por el mundo y les dio Su amor, para que salieran y sufrieran del mundo con el amor de Cristo en sus corazones. Y cuando ese amor fue forjado en sus vidas por su Espíritu, perdieron todo el interés por ser personas importantes. Ellos no tuvieron nunca más la intención de estar por encima de nadie, no tuvieron ese deseo desmedido que se ve en estos días por ser maestros y predicadores importantes, ya no querían ser los líderes de la manada, no querían gobernar a las personas bajo ninguna doctrina; el amor de Jesús había arrasado con todo deseo personal, todo anhelo de crear sus propios reinos y poner a la gente bajo su yugo de enseñanzas. Eran libres para amar y para dejar a la gente en libertad bajo el gobierno del Espíritu Santo. Sufrieron y murieron por el Señor, hablaron lo que tenían que hablar sin el temor al hombre, sin complacer a nadie, sin comprometerse con ninguna persona o buscando la aprobación de otros, porque sabían cuál era propósito de Cristo para sus vidas.

Su Espíritu forjó en ellos ese amor que Cristo les tuvo para amar a los demás de la misma manera que Cristo los amó, Dios los llamó a ser siervos y a amar, igual que hoy lo hace con nosotros. Él no nos llama a buscar los primeros lugares, ni a sentarnos a su derecha o a su izquierda, no está dando medallas ni trofeos, Dios busca siervos que sirvan a los demás con el mismo amor que Cristo nos tiene, Dios nos llama no a estar por encima de los demás, sino a amarlos en la libertad de Cristo.

No somos llamados a formar nuestros propios reinos o a establecer nuestras propias doctrinas, sino a vivir por y para el Reino de Dios, con todo el costo que esto implica, el Señor Jesús nos llama a beber la copa que Él bebió. El Señor nos llama a perder nuestra vida para ganar la de Él. El verdadero discipulado del Señor es tomar nuestra cruz, negarnos a nosotros mismos y seguirle por donde Él nos guíe. No buscamos el poder espiritual, buscamos el quebrantamiento espiritual para que Cristo aumente y nosotros disminuyamos cada vez más.

Solo así, vacíos de nosotros mismos, quebrantados y llenos de su amor, podemos tomar la toalla y lavarnos los pies unos a otros.

Que esta verdad sea forjada en nuestros corazones.

En su gracia.

A.L


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